Morelia, Pátzcuaro, Uruapan y Zitácuaro
son las ciudades que impulsan al viajero
a recorrer todas las direcciones de la rosa de los vientos michoacana para adentrarse en las 137 poblaciones y 17 enclaves playeros que es inevitable conocer. Caminar entre la urdimbre urbana y las callejuelas empedradas de los poblados aledaños es un encuentro con el deleite y la provocación del asombro, gracias a la variedad de una gastronomía apetitosa y a la profusión de monumentos virreinales, al encanto de una diversa arquitectura vernácula, a la sorpresa de sus museos y al estallido jubiloso que se manifiesta en las 367 fiestas populares que se celebran anualmente en territorio michoacano, significándose las fiestas patronales, la Semana Santa y, muy especialmente el Día de Muertos, una de las más relevantes celebraciones del espíritu popular del país.
En Michoacán
la mirada se entraña
para ver de otra manera,
particularmente en la traza urbana de Morelia, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad y una de las urbes más armónicas e importantes de la Nueva España. Uruapan, ciudad fundada en 1533 sobre una meseta rodeada de cerros y conocida como el Vergel de Michoacán, la Capital Mundial del Aguacate y “la verdadera cuna del maque”. En ella, el viajero goza del nacimiento del río Cupatitzio en el Parque Nacional Eduardo Ruíz, único parque natural dentro de una ciudad. Diez kilómetros abajo, el río se descuelga desde cincuenta metros de altura en un exuberante espectáculo natural que tiene por nombre cascada La Tzararacua. El centro de la región oriente es Zitácuaro, la heróica ciudad tres veces incendiada: punto estratégico para desplazarse a bellos espacios naturales entre los que destacan los santuarios de la mariposa Monarca, un fenómeno migratorio natural de transcendencia a nivel mundial. Así pues, el viajero descubrirá, a cada paso, que Michoacán es un relicario que, al abrirse pausadamente, nos obsequia el deslumbramiento de sus múltiples tesoros, incluyendo la gastronomía que en estas latitudes sorprende por conservar algunos guisos de la cocina precortesiana.
La diversidad
de la cocina Michoacana
se debe en parte, a la mixtura de los ingredientes autóctonos, europeos y asiáticos.
El platillo más célebre del Estado es el pescado blanco Pátzcuaro preparado al gusto. Le siguen los charalitos bien dorados, la sopa Tarasca, el caldo michi (de pescado con tunas agrias), las enchiladas morelianas (con una pieza de pollo frito, zanahorias y papas en vinagre) y el aporreadillo (cecina de res deshebrada rociada con un caldo ligeramente picante). Los antojitos más distintivos son las corundas, pequeños tamales triangulares que se acompañan de frijoles, carne de cerdo en salsa roja y crema; los uchepos son tamalitos de elote tierno servidos con atole; de la gran variedad de atoles se destacan el de pinole y el de “chaqueta”, hecho con cáscara de cacao
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